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14 septiembre 2009

Juan Picazo Soriano

 JUAN PICAZO SORIANO 1860







JUAN PICAZO SORIANO



Es hijo de D. Marcelino Picazo Soriano y de Doña Fernanda Soriano Cuartero, hermano por ello de Doña Julia Picazo Soriano.




Nace en Tarazona de la Mancha en el año 1856, en cuyo pueblo transcurre su infancia.

Estudia el bachillerato y la carrera de abogado en Valencia miembro de la Compañía de Jesús.

Siendo ya abogado ingresa en la Orden de los Jesuitas… Sirvió su sacerdocio, entre otros, en los Colegios de Granada y Almería, siendo Padre Superior de este último.






Abnegado servidor de su Ministerio. Murió víctima de su celo en la visita de enfermos contagiosos. Murió en Almería el 21 de abril de 1917, siendo Superior de los padres de la Compañía en dicha ciudad, celebrándose el funeral el 24 del mismo mes.


PREDICADOR




Entre las muchas facetas de su apostolado, además de la visita a los enfermos y pobres, de sus funciones docentes, destaca como predicador armonizando perfectamente la piedad con la elocuencia. Llevó a muchas personas las verdades eternas del evangelio.



En Tarazona de la Mancha predico un Novenario en 1.902 siendo la Iglesia incapaz de contener a todas las personas que querían oírle DIARIO DE ALMERÍA.





El Diario de Almería público el día 24 de abril de 1917 un sentido artículo debido a la pluma de D. David Esteban, con motivo de su muerte titulado “El espíritu del Padre Picazo, cuyo artículo paso a copiar.



“Es un sacerdote ejemplar, modesto, sencillo, humildísimo hijo y discípulo de Loyola.




El Padre Picazo era un gran corazón, un corazón noble y leal, noble y generoso corazón, espíritu admirable, cuyas amorosas ansias por el bien ajeno nunca se extinguían ni debilitaban.

Tal fue en vida el Padre Picazo, . Alto de talla, enjuto de carnes, quebrado de color, de paso menudo y rápido, de palabra insinuante y sencilla, de actividad infatigable y ardiente, modesta hasta la humildad, simpática hasta la seducción, cortés hasta el rendimiento. Su carácter sacerdotal y cristiano, aun mirado superficialmente, más se advertía en su virtud que en su sotana.

Su amor impulsó siempre su conducta, con espíritu ardiente y animoso que reflejaba maravillas el amor y la actividad de su maestro… Ni el ardor de su caridad se enfrió nunca, ni la continuidad de su acción se enfrió jamás... Era un verdadero discípulo de Cristo. Había recogido sus enseñanzas en el corazón y las realizaba en la vida.

Predicaba con la palabra y con el ejemplo profundamente penetrado de la Doctrina de su maestro… Para su predicación prefería a los humildes, a los desheredados de todos los bienes terrenos, los pobres, los ignorantes, los hambrientos, los desgraciados, los enfermos, todos los olvidados de la sociedad. Todos ellos fueron amigos. Con ellos realizo preferentemente su admirable apostolado.



No sé si era conocido en los grandes salones de las gentes felices, pero en las cuevas inhospitalarias, en las viviendas humedad, en los tabucos infectos, en todos los antros de la miseria y de la desgracia, el Padre Picazo era popular, con una popularidad reverente, entusiasta, inolvidable.
 
 
Admirable la obra de este Jesuita, su caridad era la verdadera, la auténtica caridad cristiana la que predico y practicó el Dios de los hombres, porque el padre Picazo entregaba, es cierto a sus protegidos limosna en metálico que socorrían sus atenciones materiales, pero eso es bien fácil de hacerlo difícil y por ello admirable y sublime, es aquella otra limosna espiritual, limosna de amor de consuelo y de fe, de esperanza y de ánimo mediante la cual el desvalido no recibe solo socorro que remedie sus males físicos, sino aquel bienestar, aquella dulce y bendita satisfacción que sienten los desventurados cuando los que viven más alto descienden hasta ellos amorosos y efusivos como si fueren sus iguales.

Admirable ejemplo para todos. Para sacerdote y para seglares, para creyentes y para descreídos, para los indiferentes, para los díscolos, para los tibios, para los ricos que fingen ignorar que existen los pobres, que no conciben la realidad de los desgraciados.

Admirable ejemplo para los egoístas, porque al amar a sus hijos creen que aman a cuanto deben amar. Para los mezquinos de espíritu que adulan a los poderosos y consideran que los humildes están bien pagados con el desdén o con la indiferencia o a lo sumo con una moneda de cobro o con aparatos teatrales.

El padre Picazo ejerció su Ministerio de paz y amor. Lo ejerció acercándose a los que socorría, en las viviendas insanas, junto a los harapientos, al lado de los lechos peligrosos e infectos de los pacientes sin ventura y lo hacía sin repugnancia ante la sociedad sin temor ante el peligro de contagio, Sin miedo a los falsos respetos humanos.

Tranquilo y sereno con la augusta serenidad de una ciencia impoluta, era para la desgracia consuelo, para la pobreza alivio
Cuando esta mañana he abandonado el templo del Sagrado Corazón donde una gran muchedumbre ha asistido recogida y llorosa al funeral de este hombre admirable, ya perdido para la leal sociedad y ganado para Dios nuestro señor, he sentido la tentación de decir a gritos a los asistentes y a los que no asistían lo que habéis sabido llorar a este hombre, ver si sois capaces de ser sus herederos”
Su herencia es una herencia gloriosa y espléndida, que es la práctica del bien, el ejercicio de la Caridad. En una palabra el amor a los hombres.


Firmado D. David Esteban el 24 de abril de 1917 

 
 
 
 
 
Enviado por Maria Dolores Picazo Pastor 



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